Kaka es una niña de 41 años. Digo esto porque cuando tenía alrededor de 13 o 14 sufrió una enfermedad mental grave (una psicosis aguda que derivó en esquizofrenia) y que le hizo estancarse a una edad de preadolescente.

Por lo que sabemos, y a veces es muy difícil confirmar las historias personales y clínicas, Kaka sufrió un brote psicótico de bien pequeña.

Sufrir un trastorno mental como este en Togo y en muchos países de África, como en tantos otros países del mundo, significa varias cosas. Significa que la familia, de repente, se encuentra con algo que no entiende ni comprende. La enfermedad mental y el mundo de la psiquiatría en general, en ciertos países y en Togo especialmente, queda relegada al mundo espiritual. Y esto lleva a pensar, en la mayoría de los casos, que la enfermedad no es más que un castigo de los espíritus, de los ancestros o de los dioses. Con lo cual, el individuo que sufre, desgraciadamente, se transforma en la prueba, de cara a los ojos de la comunidad, de que la familia tiene una mancha.

Y es aquí donde empieza el repudio y el estigma, armas muy crueles que hacen que personas sin recursos, personas sin herramientas para sobreponerse a esta situación tomen medidas desesperadas.

En el caso de Kaka, delante de la falta de conocimiento, de la falta de ayuda social, debido al repudio y al estigma a que fueron sometidos, sus padres decidieron encerrarla durante casi 20 años en una habitación. Una medida desesperada. Haciendo que la enfermedad fuese agravándose, poco a poco, con el paso del tiempo.

Tanto es así que, con los años, Kaka se encerró literalmente dentro de sí misma. Se convirtió en un caparazón donde solo permanecía latente, en su interior, una pequeña chispa de vida. No percibía ningún estímulo ni había ninguna reacción por su parte. Solo el instinto más primitivo de supervivencia. Solo comía (muy poco) y no tenía ningún control sobre nada. Vivió durante años en un estado catatónico profundo.

Estos padres, aunque nos puedan parecer, bajo nuestra mirada occidental, unos monstruos, no lo son. ¡No lo son en absoluto! Y, de hecho, ¡Kaka es una chica muy afortunada por tener los padres que tiene! Esto quiero que quede muy claro. ¿Y sabéis por qué? Pues porque después de 20 años, estos mismos padres que tomaron esa decisión desesperada, también tomaron otra decisión.

Escucharon, por el boca-oreja, que había un centro, a 80 km de su casa, que podía ayudar a su hija. Sintieron por primera vez que alguien quería ayudarles. Y decidieron llevar a Kaka a este centro.

Y es en este momento cuando se produce la gran transformación.

A finales del 2015 llegó al centro y nos encontramos con una chica que no hace nada, solo respira y come con dificultad. No sabe ir al lavabo, no controla sus necesidades, no interactúa con nadie, no reacciona a ningún estímulo. No se llega a percibir ni el más leve movimiento ocular cuando la llamas o hablas con ella, siempre mirando hacia el suelo, hacia dentro… nada.

Pero con la ayuda psiquiátrica, con los fármacos y medicinas necesarios y, sobretodo, con el amor, con el apoyo, con la estima y con la perseverancia de todo el equipo, de todos los que formamos el centro Village Espérance et Paix, poco a poco, durante estos 5 años, Kaka se ha convertido en una adolescente de 41, llena de vida, con sus gustos y manías, una chica que nunca dice que no a nada de lo que le pidas, una chica que ríe y juega, que interactúa y se preocupa por todos, una chica que tiene un papel fundamental en esta gran familia, con un rol importantísimo y con un peso específico gigante para todos los otros niños y niñas que conviven en el centro.

Ahora Kaka ayuda en la cocina, lava la ropa, trabaja en el molino de aceite, ayuda a preparar la harina de mandioca, va a la escuela, hace deporte y

sobretodo salta a la cuerda como ninguna.

¡Kaka es indestructible!

Este año 2021 Kaka, con un certificado de graduación del centro Village Espérance et Paix bajo el brazo, totalmente recuperada, vive y trabaja de nuevo con su familia y su comunidad.